Como cofundadora del equipo voluntario HER-autism, antropóloga social y madre de tres hijos, incluida una hija autista no hablada de diez años, imagino una Europa que realmente abarque la diversidad, no solo como política, sino como práctica cotidiana. La diversidad no es un problema que deba gestionarse. Ya sea que esa diversidad provenga de la edad, el género, el origen, la discapacidad o el estado de salud, debe ser bienvenida y reflejada en todos los aspectos de la vida. La discapacidad es una de las muchas expresiones de la experiencia humana. Dado que casi una de cada cuatro personas en la UE vive con alguna forma de discapacidad, la inclusión social no es un problema marginal, sino que es fundamental para la democracia. Apoyo firmemente el establecimiento de un sistema de asistencia personal a escala de la UE, basado en la autonomía, la elección y la dignidad. Es un paso significativo hacia el empoderamiento de las personas para que vivan de forma plena e independiente. Del mismo modo, la tecnología ética e inclusiva tiene un enorme potencial para mejorar la comunicación, la accesibilidad y la vida cotidiana para personas de todas las capacidades y todas las generaciones. Cuando se guía por la empatía, la tecnología se convierte en un poderoso ecualizador. Como europeos, también debemos garantizar que nuestras instituciones hablen en un lenguaje claro e inclusivo para que todos los ciudadanos puedan entender, participar y ser escuchados. La empatía debe convertirse en una parte fundamental del diálogo político como una necesidad democrática. Las políticas que configuramos hoy definirán la solidaridad y la equidad del mañana. Una Europa para todos no es un sueño. Es una responsabilidad.