Aunque no es una novedad que la extrema derecha utilizó exitosamente con anterioridad las democracias para acceder al poder (por ejemplo, previamente a la II Guerra Mundial), en nuestros días observamos una gran diferencia con aquellos tiempos: se trata de un movimiento organizado y generalizado en todo occidente. Gracias a fenómenos nuevos como las redes sociales y otras formas de comunicación inmediata, es posible crear movimientos antidemocráticos a nivel mundial, envenenando con odio, fake news o falsos partidos demócratas cualquier sociedad, no importar lo avanzada que esté. Son conocidos por todos cuáles son los apoyos mediáticos y económicos que tienen estos inoculadores de odio. Y ante ellos, las democracias tienen que defenderse, dejando a un lado la inocencia inicial y la tolerancia a los extremos que nos han traído hasta aquí. Deben implementarse leyes que impidan retrocesos en derechos, que establezcan mínimos fundamentales desde los cuales podamos combatir a quienes, en el fondo, buscan dinamitar el mejor sistema de gobierno que tenemos hoy en día. Nunca olvidemos cuál es el objetivo de los movimientos de ultraderecha: derribar las democracias utilizando, precisamente, la democracia.